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Ver La gran peste.
Anónimo, 1649.
Hospital del Pozo Santo, Sevilla.

La epidemia llega a Sevilla

¿Cómo se vive la llegada de la peste? Tras detectarse los primeros casos de posibles apestados en el vecindario, la colaboración de los profesionales de la medicina es absolutamente necesaria. El Asistente de la capital reúne de inmediato una Junta de Salud con el objetivo de dictaminar la naturaleza del mal y decidir lo que debe hacerse en bien de la ciudad.

Las cuestiones prioritarias que se plantean suelen ser variadas. Hay que diagnosticar si se trata de una afección grave, de su malignidad y de la posibilidad de contagio. En tal caso se hace imprescindible constituir un lazareto para aislar a los infectados, especialmente a los pobres, ya que los pudientes son atendidos en su propia casa. También se resuelve si declarar oficialmente la epidemia o mantenerla en secreto durante un tiempo. Aunque la temida noticia nunca tarda en difundirse. A pesar de que los primeros damnificados son trasladados ocultamente a la recién dispuesta morbería, en la ciudad comienzan los rumores: la pestilencia está ya en el interior.

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Ver Libro de enfermedades contagiosas.
Francisco Franco, 1569.
Biblioteca de la Universidad de Sevilla.

El aparato asistencial

A partir de de las resoluciones capitulares que todavía se conservan se pueden deducir los elementos que caracterizan el inicial aparato asistencial que se organiza para hacer frente a los estallidos de las grandes epidemias.

En primer lugar el Cabildo alquila el lugar donde ubicar la enfermería para apestados, normalmente en  casas que se localizan extramuros. Después se designa la persona que se encarga de su funcionamiento, la cual ha de ser de reconocida honradez. El  cargo con frecuencia recae en un religioso o en un diputado municipal (un jurado o veinticuatro). Este administrador general evalúa lo que es necesario para que el recinto de aislamiento cumpla con sus objetivos, y contrata a un cuerpo sanitario completo: médico, cirujano, barbero, boticario, enfermeros y camilleros. Además incorpora, por un lado,  a los eclesiásticos que atienden el cuidado espiritual de los pacientes y, por otro, a  los operarios que se encargan de cualquier tipo de reparaciones.

Todo el montaje asistencial implica un alto gasto económico que la mayoría de las veces las arcas municipales no pueden costear; sobre todo si el mal arrecia y se tienen que organizar más hospitales en diferentes puntos del extrarradio.



Hacia una nueva medicina

En el siglo XVI aún persiste la teoría hipocrática por la cual toda enfermedad se adjudica a un exceso o déficit de uno de los cuatro humores, reflejados por la bilis negra, la bilis, la flema y la sangre. A finales del siglo XVI y principios del XVII se empieza a investigar la teoría del contagio. Los trágicos efectos de epidemias como la peste hacen que se explore con más acierto el modo en el que se produce y sus posibles medidas de prevención.

La investigación de la fisiología también juega un papel importante en esta época. Con Galileo llega el invento del termómetro, así como la medición del pulso, y a finales del siglo XVI se comienza a hablar de la circulación de la sangre por todo el cuerpo.

Poco a poco la iglesia comienza a ser más permisiva con las prácticas médicas, se relajan las prohibiciones eclesiásticas relacionadas con la medicina forense y empiezan a permitirse las autopsias para conocer las causas de la muerte de los pacientes, hecho fundamental en el desarrollo de la medicina en los siglos posteriores.

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Ver La anatomia del corpo umano.
Juan Valverde de Hamusco, 1586.
Biblioteca de la Universidad de Sevilla.

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