Los ingenios sevillanos
La Sevilla del siglo XVI con sus instituciones religiosas, su recién creada universidad y sus círculos de humanistas, es un centro cultural de primer orden. Algunos nobles, y algún que otro dignatario eclesiástico, acogen en calidad de mecenas no pocas iniciativas artísticas y literarias.
Las tertulias, llamadas academias poéticas, juegan a este respecto un papel muy significativo. Las más famosas son las promovidas por el sanluqueño Francisco Pacheco, maestro y suegro de Velázquez; o Juan de Arguijo, poeta y caballero veinticuatro. Por esos salones literarios pasan todos los ingenios sevillanos de la época, amén de otros visitantes ilustres como Lope de Vega, Góngora o Cervantes.
«Finalmente, exageraba cuán descuidada justicia había en aquella tan famosa ciudad de Sevilla, pues casi al descubierto vivía en ella gente tan perniciosa y tan contraria a la misma naturaleza; y propuso en sí de aconsejar a su compañero no durasen mucho en aquella vida tan perdida y tan mala, tan inquieta, y tan libre y disoluta.»
Rinconete y Cortadillo (1612), Miguel de Cervantes Saavedra.
La Sevilla editorial
A pesar de que la abrumadora mayoría de los habitantes de la Sevilla del siglo XVI son analfabetos, destaca la intensa labor editorial en la ciudad. No es exagerado considerar en este sentido a la capital hispalense como la más activa productora de libros de la península en el siglo XVI.
La imprenta revoluciona la forma de acceder a la cultura. La copia manuscrita da paso a la multiplicación de ejemplares y a una distribución más extensa por toda la sociedad. Esto favorece el aumento de las operaciones de lectura comunal, una práctica muy habitual en la época, y la proliferación de bibliotecas.
En Sevilla se publican obras religiosas, científicas, históricas y literarias, fundamentales para ésa y anteriores épocas. Del Amadís de Gaula, por ejemplo, se imprimen en la primera mitad del XVI nada menos que 24 ediciones. Las imprentas sevillanas editan gran cantidad de volúmenes para las Indias, siempre con las debidas autorizaciones, censuras y expurgos. La Inquisición controla esa circulación tanto en Sevilla como en los puertos de llegada, siendo de especial interés los libros que considera heréticos.
Bibliotecas exquisitas y secretas
Los palacios de la nobleza y no pocas casas principales cuentan con algunas magníficas bibliotecas, donde no faltan esos libros ferozmente vetados por la Inquisición o el teocrático celo oficial.
Destaca la librería de más de 20.000 volúmenes que reúne en su casa sevillana Hernando Colón, hijo natural del almirante y afamado cosmógrafo y bibliófilo. A partir de mediados del XVI, las más notables bibliotecas particulares del reino de Sevilla son las de Fernando Afán de Ribera, duque de Alcalá y virrey de Cataluña y Nápoles; la de Gonzalo Argote de Molina, refinado erudito cuyo “museo”―según cuenta Francisco Pacheco en su Libro de retratos― fue visitado de incógnito por el mismísimo Felipe II; la del sabio humanista Benito Arias Montana; o la de Nicolás Antonio, tenido como el más ilustre bibliógrafo de su tiempo. Todo ello sin contar con la biblioteca de la Universidad y las de algunos conventos y colegios relevantes.
También hay renombrados médicos y botánicos, como Nicolás Monardes, Bartolomé Hidalgo de Agüero, Simón de Tovar o Fonseca de Sotomayor, que disponen de importantes colecciones de libros, algunas de ellas a la altura de las mejores de Europa.














En silencio y recatadas
«La mujer que es honesta y grave no se ha de preciar de donora y decidora, sino de honesta y callada, porque si se precia mucho de hablar y mofar, los mismos que le rieron el donaire que dijo, harán burla de la misma que lo contó… la mujer jamás yerra callando y muy poquitas acierta hablando.»
Coloquios matrimoniales del licenciado Pedro de Luján (1550).








